Está el ruido. el ruido de la calle, de las avenidas, las bocinas, la gente. está también el ruido de adentro: el de los párpados, el del estómago, el de la mente. el ruido que no permite conectar con el deseo.
Alguien que amo, que vive rodeada de viento y de montañas me dijo, “andá a un parque, sacate los zapatos y abraza un árbol”. claro que no lo hice; llevo todas mis inhibiciones y vergüenzas a cuestas. entonces, como puedo, sólo por querer hacerlo, planto en papeles mis propios árboles. árboles frondosos, pelados, amuchados, en montañas, floridos, fantasiosos, libres y tensos, con raíces que suben, que queman el viento.
Me gusta tomar cosas de la literatura para sumar a mis obras. se dirá que no es necesario explicar la imagen con una palabra; y no es mi idea. la poesía haiku no explica, describe. el haiku intenta describir un evento específico, un momento preciso del movimiento de la naturaleza. y eso intenté con mis dibujos, describir una escena que se ilumina con el destello de la paz y la tranquilidad. detener la mirada en lo más pequeño, lo más sutil del movimiento de las hojas, de los insectos que viven en ellas, de la tierra que ensucia después de la lluvia, en un segmento de un segundo en el que todo se detiene y se comprende ¡y luego se va!
Aquí me detengo y, como la naturaleza toda, trato de mezclarme con mi hábitat, me nutro y me aferro a el; echo raíces en mi ciudad ruidosa, en mi familia con agallas, en mis amigos siempre presentes, en mi historia sencilla, y sobre todo en un amor. Echo raíces en mi mente, y voy a intentar que vayan tan profundo hasta donde el ruido no se escuche. para no olvidarme de eso nunca, son mis árboles mis destellos.